Frey con su jabalí Gullinbursti y su espada, en una obra de Johannes Gehrts (1901) |
Había un hombre llamado Gymir, que tenía como esposa a Aurboda. De esta unión había nacido Gerd, la más hermosa de todas las mujeres. Un día Frey había dio a Hlidskjálf, el trono de Odín, desde donde vio todos los mundos. Y al mirar al norte vio una casa grande y bella en un granja al norte, y hacia esa casa iba una mujer que, al levantar las manos para cerrar la puerta, salió un resplandor de ambas manos, y todos los mundos se iluminaron. La aparición de una mujer con manos luminosas recuerdan a relatos de la mitología oseta. Sirva este de ejemplo (lo pongo de otro color para diferenciar ambos relatos): Sosryko rara vez estaba en casa, pues se dedicaba a cazar, pelear, recorrer el mundo y, en resumen, cosechar su gloria. Su mujer permanecía en casa, pero desde casa le ayudaba: cuando la espesa niebla bloqueaba por completo el camino de Sosryko, su mujer sacaba la mano por la ventana y su meñique emitía un rayo de luz que le iluminaba el camino. Un día, durante una reunión de los Nartos, estos le echaron en cara a Sosryko que no podría ganar expedición alguna si no fuera por la ayuda de su mujer que le iluminaba el camino. Sosryko, herido en su orgullo, le ordenó a su mujer que nunca más le iluminara el camino. Su mujer le respondió que no era algo involuntario, que si ordenaba a su meñique no alumbrar, su fuerza la mataría, pero Sosryko insistió.
Una vez la había convencido, marchó a pelear contra los Gigantes, que le habían robado parte de sus caballos. Sosryko no dejó un solo Gigante con vida. Pero cuando volvió al puente de piedra, la oscuridad era tan profunda y la niebla tan espesa que no se veía absolutamente nada. Sosryko intentó llevar a sus caballos a través del puente pero era imposible, pues no paraban de relinchar y retroceder. Mientras tanto, la mujer en casa se sentía muy nerviosa por lo que le pudiera pasar a su marido, y sin poder resistir, sacó su meñique por la ventana y este emitió un rayo de luz como de costumbre. Pero en esta ocasión, a Sosryko le pilló desprevenido, una gran claridad hirió su vista y tanto él como sus caballos fueron a parar a un río, cuya corriente los arrastró. Su mujer, que vio desde lejos todo lo sucedido, corrió al puente de piedra y gritó el nombre de Sosryko, pero nadie respondió. Consciente de su muerte, se tiró al río, pero cayó sobre una roca filosa que le abrió el pecho, matándola al instante.
Pero Sosryko no había muerto. Morirá cortado por la rueda asesina (más detalles en la entrada de mitología oseta antes citada).